Como muchas noches el señor Puncho esperaba
sonriendo de pie en el andén enmoquetado. Agarrando firmemente su maletín lleno
de puncherías, escuchaba paciente como se acercaba su tren.
No había espacio para él. Siempre le tocaba
viajar en el techo de un vagón. Se abría bien de piernas de forma que sus pies
colgaban por los lados y se agarraba con su mano libre a la parte delantera del
vagón.
Como muchas noches, el señor
Puncho debía esperar al día siguiente para terminar su viaje. El tren chocaba con
los pies de mamá que anunciaba como próxima estación, el pijama.
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